martes, 16 de julio de 2013

El camino

El camino del desconsuelo es llano, extenso, sin puntos de referencia, solitario. El sol te aplasta haciendo que todo de vueltas hasta marearte, impidiendo de esa forma el paso siguiente. El frío te envuelve y adormece cada músculo del cuerpo; las piernas se niegan a avanzar, los brazos sólo son capaces de apretujarse entre ellos mismos, los ojos ya no están al servicio de la mirada y los labios sólo se abren ligeramente para recibir el fruto de tanto dolor derramándose sobre las mejillas. En el camino del desconsuelo aparece la física con su fuerza de gravedad que hace que el pie deba vencer otra fuerza enorme que le impide separarse del suelo para avanzar y está también la fuerza de roce que hace que el movimiento a ras de suelo sea dificultoso y lento. En este camino el caminante desea permanecer en un estado de mínima energía, conocido como reposo, sin agentes externos que interfieran con su dolor, sean estos risas, movimientos, conversaciones, cotidianeidad...vida.
Quienes comienzan a recorrer este camino necesitan que el mundo entero lo sepa y se detenga no sólo a mirar sino que a caminar a nuestro lado, a nuestro ritmo y en nuestro estado. Cuando ya llevamos un trecho andado, nos damos cuenta que el mundo no sólo no va caminando junto a nosotros, sino que además siguió adelante con todo su quehacer, su vorágine, su vida...
¿Cómo es posible? - grita nuestro silencio- Mírenme, estoy aquí, soy yo, estoy sufriendo, vean mis ojos cansados de tanto llorar, mi rostro demacrado por las noches en vela, mis huesos han aflorado a la piel. Mi mente está en otro lugar, en el pasado, rodeada de los recuerdos de aquellos que soltaron mi mano y partieron. ¿Cómo es posible que no me vean?.
Pero no todos no nos ven; hay muchos que ven y callan, el temor de caminar junto al que sufre es grande, ¿podré seguir su paso tan lento? ¿será muy largo el camino? podría cansarme, y si caigo en el trayecto ¿quién me ayudaría a levantarme?, está persona a quien acompaño apenas se puede su propio cuerpo. Cuando te das cuenta de todo esto decides ser tu única compañía, no te preguntas nada, no te exiges rapidez, das el paso sólo cuando puedes hacerlo, recuerdas , lloras, rezas, cierras los ojos e imaginas que esos seres tan amados que se han ido, están ahí en frente tuyo, mirándote con ternura y abrazando tu cuerpo débil, tu ser tan desamparado.
Quienes no han puesto un pie en este camino no pueden comprender nuestra desesperación, nuestra mirada perdida, nuestros movimientos lentos. Nosotros sabemos que será así por un tiempo. ¿Cuánto tiempo?...No existe respuesta acertada, pues cada caminante es distinto, algunos encontraran en este viaje a  otros que vienen de regreso y le ayudaran a sostenerse cual bastón que apretado por la mano siente sobre sí el peso del mundo entero, calmarán la sed de una garganta que ha debido ahogar el grito del dolor y de unos ojos que han derramado lágrimas en soledad teniendo un mar de ellas dentro, queriendo salir en compañía. Otros en cambio serán capaces de caminar más rápido, aceptando el sufrimiento como parte de la vida misma, guardando los recuerdos no sólo del final sino los de siempre. Habrá algunos cuyo sentimiento más fuerte será la rabia, la sensación de injusticia que les hará preguntarse lo irrespondible... ¿porqué? y caminarán con sus ojos llenos de furia, enojados con el mundo, con Dios, con la tierra que sus pies pisan apresuradamente, esperando que con la rapidez del movimiento el fin del camino esté cerca, sin darse cuenta que aún no han llegado al punto de largada.
Cualquiera sea nuestro caso no podemos no ver la vida que hay alrededor. El sol seguirá alumbrando por las mañanas, los niños caminarán de la manos de sus madres al colegio, el conductor del bus llevará su radio a todo volumen, las personas en la calle nos pasarán a golpear por su caminata acelerada, escucharemos risas, llanto y el sol nos envolverá al igual que el frío como a cualquier otro ser en esta tierra.

Sandra Hernández Navarro
Caminante

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