sábado, 27 de julio de 2013

Myru

Junto con la vida, se nos ha dado el derecho a decidir entre el bien y el mal, lo que se conoce como libre albedrío. Pero, ¿quién decide qué está bien o qué está mal? Lo que para algunos es bueno para otros es malo. Lo que a algunos les provoca felicidad, a otros les causa desdicha. ¿Cómo entonces podremos ejercer nuestro libre albedrío? ¿Será que debemos seguir el sentido común, aquello que la mayoría de las personas haría en una situación determinada? No me convence.
Hay cuestiones domésticas en que podemos aplicar el sentido común y si erramos, quizás la decisión tomada no sea muy relevante, como por ejemplo ponerle fideos n°77 a una cazuela de vacuno. Para mí, esa fue una cuestión de salir del apuro al no tener arroz, para mis hijos fue una barbaridad. O sea, para mí estuvo bien para mis hijos mal.

Siento que lo que hace la diferencia entre el bien o el mal, radica en lo que nuestra decisión, al hacer la elección, puede significar para todos aquellos que nos rodean, ya sea que les amemos o nos amen, que nos conozcan o conozcamos, que sean parte de nuestra vida o no. Es algo así como pensar no en nosotros sino en los otros antes de actuar. O sea actuar con empatía. Suena tan razonable a mi juicio, como difícil de practicar...de lo contrario no habría tantos asesinatos, suicidios, personas viviendo en el abandono total, en la miseria ni otras llorando por amor.

Hace poco una de mis dos únicas amigas me contó que se va del país. La noticia me pilló totalmente por sorpresa, nunca lo hubiese pensado. Mientras ella me lo decía yo no dejaba de pensar en mí, ¿que pasaría conmigo?, ¿cómo pudo ella tomar esta decisión, no pensó en mí?, Mis pensamientos se atropellaban tratando de buscar las palabras exactas para  transformarse  en frases coherentes que al salir de mi boca le hicieran sentido a ella y por supuesto le hicieran cambiar de opinión. Definitivamente mi poder de oratoria fue inservible ante la convicción de mi querida amiga. Traté en vano de hacerle ver que no estaba bien  que se fuera, pese a que ella me repetía lo mucho que lo había pensado llegando a la conclusión que quedarse era lo que estaba mal. En medio del café a estas alturas ya con sabor a lágrimas, le pedí que hiciera algo antes de comprar sus pasajes "soluciona los temas pendientes, y luego de ello si aún crees que debes irte, entonces estaré de acuerdo contigo aunque me duela en el alma". Estaba segura que mi amiga tendría esa conversación con quienes ella sabía que debía hablar y volveríamos al café de siempre a la hora de siempre para reírnos de su alocada y mala idea de irse. Mal que mal acá tiene todo lo que una mujer como ella necesita; familia, trabajo, amigas. Solo necesitaba que alguien le hiciera ver que estaba eligiendo mal.
El cafecito humeaba en la taza blanca mientras la lluvia arreciaba fuera del lugar.
"Ya dije todo lo que tenía que decir, me voy tranquila"- dijo- mientras yo me quemaba los labios con el primer sorbo.
"Es lo que necesito, lo que esta bien... para mi" - dijo antes que pudiera decirle lo equivocada que me parecía su decisión.
Usando toda la empatía y el sentido común que la pena me permitió, le dije que estaba de acuerdo con ella.
Después de esto creo que debería eliminar el tercer párrafo...

martes, 16 de julio de 2013

El camino

El camino del desconsuelo es llano, extenso, sin puntos de referencia, solitario. El sol te aplasta haciendo que todo de vueltas hasta marearte, impidiendo de esa forma el paso siguiente. El frío te envuelve y adormece cada músculo del cuerpo; las piernas se niegan a avanzar, los brazos sólo son capaces de apretujarse entre ellos mismos, los ojos ya no están al servicio de la mirada y los labios sólo se abren ligeramente para recibir el fruto de tanto dolor derramándose sobre las mejillas. En el camino del desconsuelo aparece la física con su fuerza de gravedad que hace que el pie deba vencer otra fuerza enorme que le impide separarse del suelo para avanzar y está también la fuerza de roce que hace que el movimiento a ras de suelo sea dificultoso y lento. En este camino el caminante desea permanecer en un estado de mínima energía, conocido como reposo, sin agentes externos que interfieran con su dolor, sean estos risas, movimientos, conversaciones, cotidianeidad...vida.
Quienes comienzan a recorrer este camino necesitan que el mundo entero lo sepa y se detenga no sólo a mirar sino que a caminar a nuestro lado, a nuestro ritmo y en nuestro estado. Cuando ya llevamos un trecho andado, nos damos cuenta que el mundo no sólo no va caminando junto a nosotros, sino que además siguió adelante con todo su quehacer, su vorágine, su vida...
¿Cómo es posible? - grita nuestro silencio- Mírenme, estoy aquí, soy yo, estoy sufriendo, vean mis ojos cansados de tanto llorar, mi rostro demacrado por las noches en vela, mis huesos han aflorado a la piel. Mi mente está en otro lugar, en el pasado, rodeada de los recuerdos de aquellos que soltaron mi mano y partieron. ¿Cómo es posible que no me vean?.
Pero no todos no nos ven; hay muchos que ven y callan, el temor de caminar junto al que sufre es grande, ¿podré seguir su paso tan lento? ¿será muy largo el camino? podría cansarme, y si caigo en el trayecto ¿quién me ayudaría a levantarme?, está persona a quien acompaño apenas se puede su propio cuerpo. Cuando te das cuenta de todo esto decides ser tu única compañía, no te preguntas nada, no te exiges rapidez, das el paso sólo cuando puedes hacerlo, recuerdas , lloras, rezas, cierras los ojos e imaginas que esos seres tan amados que se han ido, están ahí en frente tuyo, mirándote con ternura y abrazando tu cuerpo débil, tu ser tan desamparado.
Quienes no han puesto un pie en este camino no pueden comprender nuestra desesperación, nuestra mirada perdida, nuestros movimientos lentos. Nosotros sabemos que será así por un tiempo. ¿Cuánto tiempo?...No existe respuesta acertada, pues cada caminante es distinto, algunos encontraran en este viaje a  otros que vienen de regreso y le ayudaran a sostenerse cual bastón que apretado por la mano siente sobre sí el peso del mundo entero, calmarán la sed de una garganta que ha debido ahogar el grito del dolor y de unos ojos que han derramado lágrimas en soledad teniendo un mar de ellas dentro, queriendo salir en compañía. Otros en cambio serán capaces de caminar más rápido, aceptando el sufrimiento como parte de la vida misma, guardando los recuerdos no sólo del final sino los de siempre. Habrá algunos cuyo sentimiento más fuerte será la rabia, la sensación de injusticia que les hará preguntarse lo irrespondible... ¿porqué? y caminarán con sus ojos llenos de furia, enojados con el mundo, con Dios, con la tierra que sus pies pisan apresuradamente, esperando que con la rapidez del movimiento el fin del camino esté cerca, sin darse cuenta que aún no han llegado al punto de largada.
Cualquiera sea nuestro caso no podemos no ver la vida que hay alrededor. El sol seguirá alumbrando por las mañanas, los niños caminarán de la manos de sus madres al colegio, el conductor del bus llevará su radio a todo volumen, las personas en la calle nos pasarán a golpear por su caminata acelerada, escucharemos risas, llanto y el sol nos envolverá al igual que el frío como a cualquier otro ser en esta tierra.

Sandra Hernández Navarro
Caminante